DE
LA LEY DEL GARROTE A LA BUENA VECINDAD
CAMBIOS
Y PERSISTENCIAS EN LOS MODOS DE INTERVENCION
IMPERIALISTA
DE LOS ESTADOS UNIDOS EN LATINOAMERICA EN
EL
PERIODO DE ENTREGUERRAS.
“HE´S
A SON OF A BITCH... BUT HE’S OUR SON OF A BITCH"
F.
D. Roosevelt
Por
Fernando Cesaretti y Florencia Pagni
Los años 20: transiciones, cambios y
persistencias.
“-Los pueblos son sagrados para los pueblos”, le expresa
en 1928 con su
krausista y arcaico estilo, el presidente argentino
Hipólito Yrigoyen a su colega,
al presidente electo de los Estados Unidos, Herbert
Hoover, que ha llegado a
Buenos Aires como último destino de una gira de buena
voluntad emprendida
por varios países latinoamericanos. Hoover, un
republicano que ha ganado una
reputación de humanista por su ayuda al pueblo belga en
la Gran Guerra1, va a
asumir la presidencia de su país en Marzo de 1929. Su
presencia por estos
andurriales del mundo marca una tendencia que se viene
manifestando a lo
largo del último decenio en las administraciones también
republicanas de
Harding y Coolidge2, esto es un modo de tratar con el
continente que no pasa
ya por el mero rol del gendarme protector y represor,
según el modelo de
Teddy Roosevelt que se continúa hasta W. Wilson. Ese
modelo que se
manifiesta normado en el llamado "Corolario
Roosevelt" o en la Enmienda Platt.
Que hizo por ejemplo, que "(Estados Unidos había)
maquinado una revolución
contra Colombia y había creado el estado
"independiente" de Panamá para
construir y controlar el Canal. En 1926 mandó cinco mil marines
a Nicaragua
para parar una revolución y mantener tropas allí durante
siete años. En 1916,
intervino en la República Dominica, por cuarta vez, y
estacionó tropas allí
durante ocho años. En 1915, intervino por segunda vez en
Haití, donde
mantuvo a sus tropas durante diecinueve años. Entre 1900
y 1933, Estados
Unidos intervino cuatro veces en Cuba, dos en Nicaragua,
seis en Panamá,
una en Guatemala y siete en Honduras. En 1924 estaba
dirigiendo de alguna
forma las finanzas de la mitad de los veinte estados
latinoamericanos".3
Es cierto que para Washington, Latinoamérica no es
uniforme ni sus intereses
se expresan ubicuamente del Río Grande al Cabo de Hornos.
El área caribe y
centroamericana continúa siendo su indiscutido “mare
nostrum”. En esta zona
la política yanqui se muestra lisa y llanamente arrogante
y dominadora. Aparte
de las recurrentes ocupaciones ya enumeradas, hay una
tangibilidad de la
presencia
imperial en determinados enclaves territoriales. Así en Cuba,
Guantánamo4
es un recordatorio permanente de la tutela de Washington sobre
La
Habana, y que su formal soberanía se debe a "(que) Inglaterra no puede
permitir
que Cuba quede en manos de Estados Unidos, y por eso Cuba no será
una
segunda Puerto Rico, sino que retaceada, accederá a la independencia,
una
independencia tutelada por la Enmienda Platt, pero que muestra no la
relación
de fuerzas en el nivel de Cuba, sino en el nivel internacional".5
El
área alrededor del canal bioceánico es otro enclave colonial. La República
de
Panamá es en sí un invento estadounidense.6 Antigua provincia colombiana
segregada
al solo efecto de los intereses de la compañía del canal, la
construcción
de este conllevó la inmigración de negros de las Antillas
Británicas,
que en apariencia eran inmunes a los gérmenes mortales que
infestaban
la insalubre ruta interoceánica. Esa mano de obra fue manejada por
capataces
que en la mayoría de los casos procedía del Profundo Sur,
supuestamente
con experiencia para manejar negros Se creó entonces una
clara
discriminación racial, que se manifestó en el sistema de Jim Crow7 y en
la
omnipresente línea Gold-Silver, división originada en el hecho de que los
técnicos
y capataces blancos recibían su salario en dólares convertibles al
patrón
oro (gold), mientras que los trabajadores natives eran pagados en
moneda
de plata (silver). La división "oro y plata" abarcaba todo lo
imaginable:
escuelas,
hospitales, hoteles, prostíbulos, etc.
Al
compartir fronteras terrestres con Estados Unidos, México hace a su
hinterland
inmediato y problemático Hasta tal punto estaba identificado el
régimen
de Porfirio Díaz (autor de la cínica frase:”…pobre México, tan lejos de
Dios
y tan cerca de los Estados Unidos”) con los capitales estadounidenses,
que
todos los gobiernos que se sucedieron en los turbulentos años posteriores
a su
caída, tuvieron en mayor o menor medida, una impronta discursiva
antiyanqui.
Ese sentimiento trascendió la retórica y se exteriorizó en hechos,
que
llegaron a su culminación en 1915/16, en que una guerra formal estuvo a
punto
de declararse entre los dos países. Su inmediato "patio trasero"
adquiere
entonces
para Washington, una importancia geopolítica excepcional. La
revolución
pone en peligro los intereses económicos estadounidenses en
México,
y la defensa de los mismos implicará la intervención, ora solapada, ora
directa.
México, por su propio peso específico, se torna en un caso muy
particular,
que incluso jugará un papel en el proceso que desemboca en el
ingreso
de Estados Unidos en la Gran Guerra.8 Pero en zonas más alejadas la
4
influencia
yanqui no es exclusiva, y en algunas áreas como el Cono Sur,
francamente
minoritaria frente a la presencia británica.
Pero
aún así, los países de esta zona (Argentina, Uruguay, Chile), durante las
décadas
de 1910 y 1920 ven un avance cualitativo y cuantitativo espectacular
de
la presencia estadounidense, desde lo macro hasta lo cotidiano. Palmolive,
Ducilo,
RCA Víctor, o las grandes marcas de automóviles se transforman en
parte
del paisaje y la vida común de estas naciones. El Cono Sur recibe a lo
largo
de los años veinte del Siglo una sustancial corriente de capitales yanquis.
Sus
pueblos adoptan costumbres bajo la impronta de típicos productos de
masas
estadounidenses, tales como la radio y el cine. El cine especialmente,
que
vende de modo abrumador en la penumbra silenciosa de las salas de
exhibición,
lo que no tardará en ser conocido como el “estilo de vida
americano”,
con sus héroes9 y heroínas, sus modos y sus modas.
Paralelamente,
las izquierdas latinoamericanas, denuncian el imperialismo
norteamericano.
Figuras tales como Mariátegui o Haya de la Torre, se
convierten
en referentes de esas corrientes intelectuales. Aunque la
“construcción
de un enemigo común”, para una Latinoamérica que no sufre de
igual
manera los manejos del Tío Sam, da lugar a distorsiones como las que
señaló
con lucidez, Arturo Jauretche: “- Fui antiimperialista al estilo de la época
y le
comía los hígados al águila norteamericana que andaba volando por el
Caribe.
Los maestros de la juventud nos tenían buscando el plato volador en el
cielo,
mientras el león británico comía a dos carrillos sobre la tierra nuestra...”10
Es
en este marco de prosperidad general y de transición en las relaciones con
Latinoamérica,
en el que Hoover accede a la Casa Blanca. El paradigma liberal
que
representa, comienza a temblar el viernes 29 de Octubre de 1929, con la
caída
de la bolsa neoyorquina. El mercado de valores, carcomido por los
créditos
en forma de préstamos concedidos a los corredores, sucumbió bajo su
propio
peso, exigiendo cuentas de los millones de pequeñas transacciones
llevadas
a cabo por los viajantes de comercio, que vendieron todo lo vendible a
gente
que carecía de dinero suficiente para pagar lo que compraba. Se desató
el
pánico y el país no supo componérselas para frenarlo. La última crisis
económica
de amplio porte se había producido en 1893; pero desde esa fecha,
los
Estados Unidos habían experimentado un grado tal de industrialización que
era
impensable un retorno general a los modos de vida agrícola.
El
presidente no está preparado para enfrentar el vendaval que sobreviene.
Una
de sus primeras medidas como presidente, fue la de persuadir al Comité
de
la Reserva Federal para que restringiera los créditos, con la esperanza de
atenuar
el golpe. Sin embargo, cuando este llegó, Hoover quedó prisionero de
su
propia formación. “Tenía al patrón oro por algo sagrado, cuando a la sazón
más
de dieciocho naciones, con Gran Bretaña a la cabeza, lo habían
abandonado”.11
En ese esquema mental la fe era un fin en sí mismo y la “falta
de
confianza en los negocios” un pecado de extrema gravedad. No era una
conceptualización
de carácter meramente moral. La primera reacción de
Hoover
ante la recesión general que se produjo tras la caída del mercado de
valores
fue tratarla como un fenómeno psicológico. Adoptó el término
depresión,
porque parecía menos inquietante que los de pánico o crisis.
Periódica
y recurrentemente desde 1929 a 1932, vaticinaba un rápido retorno
de
la economía a los cauces de la normalidad. Un discurso que se había
transformado
en hueco y trágico a la vez. En la campaña presidencial de 1928
había
obtenido la victoria en cuarenta de los cuarenta y ocho estados de la
Unión.
Cuatro años después, buscando su reelección “se calzó los botines, se
abotonó
el cuello de celuloide y se dispuso a tomar contacto con el pueblo.
Tuvo
suerte de regresar con vida”.12 Las multitudes que se reunían al paso del
tren
del presidente, portaban carteles que decían:”Cuelguen a Hoover”, “Abajo
Hoover,
asesino de veteranos” o “Miles de millones para los banqueros, balas
para
los veteranos”. Obvias referencias a la represión que sufrieron los
veteranos
de la Gran Guerra que en el verano de 1932 acudieron a Washington
en
reclamo de que se les abonaran las bonificaciones que oportunamente les
había
otorgado la Ley sobre Liquidación de Compensaciones. Estas demandas
de
los ex soldados fueron contestadas a balazos. Los responsables del
operativo
punitivo fueron dos generales de futuro renombre: MacArthur y
Eisenhower.
Silbatinas, abucheos e insultos fueron el telón de fondo de su
periplo
proselitista. Y preanunciaron el resultado de las elecciones.
Los
años 30: nuevos modos de enmascarar el intervencionismo.
En
agosto de 1932 un periodista preguntó al reconocido economista británico
John
Maynard Keynes si conocía algún precedente similar a la depresión. “Si,
-contestó
-, se llamó la Epoca del Oscurantismo, y duró cuatrocientos años”. El
estadounidense
medio no podía asumir cabalmente el fenómeno. Muchos
culpaban
a Hoover. Otros confundían la depresión con el hecho factual del
crack
de la bolsa neoyorkina en 1929.13 Lo cierto era que a principio de los
treinta,
había concluido la prosperidad de la Nueva Era.
En
Marzo de 1933, Estados Unidos estaba virtualmente paralizado. En la
mañana
del día 3, la radio llevó a toda la atribulada geografía social del país, el
discurso
de toma de posesión del nuevo presidente: “Pediré al Congreso el
único
instrumento que resta para hacer frente a la crisis: amplias facultades
para
luchar contra la necesidad y poderes tan grandes como los que me serían
concedidos
si fuéramos invadidos por un enemigo extranjero”. En opinión de
Walt
Whitman, el nuevo presidente había hecho una entrada formidable. En
verdad
la voz de Franklin Delano Roosevelt llegó a los talleres donde se
explotaba
al obrero, a las ranchadas de vagabundos desempleados, a los
millones
de parados que en ese gélido invierno temblaban ante las puertas de
las
fábricas.
El
género discursivo pareció corresponderse en medidas concretas. A partir del
9 de
Marzo, se desarrolló el shock político conocido como Huracán de los Cien
Días
en
el marco de un programa de medidas económicas implementadas para
intentar
reducir el desempleo y restablecer la prosperidad mediante una serie
de
nuevos servicios, regulaciones y subsidios. Diseñado con la ayuda del
denominado Brain Trust (gabinete de expertos que asesoró al
presidente
especialmente en materia económica), el conjunto de reformas,
junto al modo
de llevarlas a cabo constituyó la piedra angular de la
administración demócrata.
Fue el llamado Nuevo Trato, o popularizado el anglicismo: New
Deal
Es indudable que todas estas medidas apuntaban a reestructurar y
fortalecer el
frente interno, que al calor de la depresión se había tornado
peligroso para el
capital. De allí el acento en restablecer el sistema financiero y
combatir el
desempleo. El Estado ya no juega un rol prescindente sino que
arbitra tratando
de encauzar y morigerar la potencialidad del conflicto social. “El
Nuevo Trato
tomó un país quebrado, desesperanzado, y le dio nueva confianza en
sí mismo
(...) Todas las soluciones fueron incompletas. Más, para el caso,
todos los
grandes problemas son insolubles.”14
Uno de esos grandes problemas, a los que debía enfrentar el nuevo
presidente
era el de las relaciones con el mundo. En esos días, en el cenit de
su prestigio
Benito Mussolini había declarado:” -puedo resumir en dos palabras
lo que es
Estados Unidos: ¡La prohibición y Lindbergh¡” En el interesado
análisis
simplista del dictador italiano Norteamérica era un país de
gángsteres y de
raptores. Cuando se le pregunto que opinaba de la política
exterior
estadounidense, el Duce replicó: “- Norteamérica no tiene política
(exterior)”. En
esta ocasión Mussolini se acercó dolorosamente a la verdad. En el
primer
discurso oficial de Roosevelt, el día de la toma de posesión, no
hizo mención
de los asuntos externos. Por lo demás, el presidente se abstuvo de
abogar
oficialmente por el ingreso de los Estados Unidos en la Sociedad
de las
Naciones. Prima en este creciente aislacionismo una doble razón:
por un lado
debe encarar problemas internos, lo que hace que pasen a tener
prioridad las
cuestiones de política nacional. Por el otro, trata de desligarse
de los
compromisos militares en el nivel internacional. Pero ese
aislacionismo se
articula en relación al mundo exterior. América Latina no es parte
de ese
afuera. Por el contrario. Es una pertenencia interna de
Washington, con un
barniz formal de soberanía, que se diluye en proporción directa a
la mayor
cercanía de cada uno de los países a la metrópolis del Potomac.
El ramalazo de la crisis ha pegado fuerte en Latinoamérica. En
1930, siete
gobiernos de la región han sido derrocados por golpes militares.15
Washington
busca descomprimir y neutralizar potenciales conflictos. Hay
entonces un
cambio de política que ya no pasa por la intervención directa.
“Así en 1934
retira las tropas de Haití; también se deroga la Enmienda Platt,
excepto en lo
relativo al mantenimiento de las bases (Guantánamo). En 1936
acepta revisar
el tratado con Panamá, acordando no intervenir en los asuntos de
ese país.
Otro hecho sintomático se produce cuando Cárdenas en México
nacionaliza el
petróleo. El gobierno de Estados Unidos no interviene
militarmente. Se mueve
a nivel diplomático, actúan los grupos de presión, pero no hay
intervención
militar.”16 Una característica que distingue a esos años es el
reemplazo de la
acción directa llevada a cabo por los marines, por el
sostenimiento del déspota
nativo funcional a los intereses yanquis. No es casual que a
principios de los 30
acceden al poder, personajes tales como el nicaragüense Anastasio
Somoza
que usurpa el gobierno de su país sobre el cadáver de Augusto
Sandino,
asesinado por su orden y con la directa intervención de la
Embajada
Estadounidense en Managua, o el “Benefactor” dominicano Rafael
Trujillo. De
allí que este o aquel, o cualquier personaje de igual laya puede
ser
referenciado como el destinatario de la frase que en inglés da
cabeza a este
trabajo, y que aunque probablemente apócrifa, expresa la opinión
de Roosevelt
sobre el particular.17
Esta política de maneras públicas pulcras y manejos oscuros, es
analizada
correctamente hacia 1938 desde una visión de izquierda18, que
-adjetivaciones
coyunturales aparte-, denuncia que “con objeto de obtener la
puerta cerrada en
América Latina esto es, cerrada para los rivales y abierta sólo
para los Estados
Unidos el democrático imperialismo yanqui ha sido
apuntalado en los países
latinoamericanos por las más autocráticas dictaduras militares
criollas, las que
han servido para sostener la estructura imperialista y garantizar
una
ininterrumpida corriente de superutilidades al Coloso del Norte.
El carácter real
del democrático capitalismo yanqui se revela mejor que nada
por las dictaduras
tiránicas en los países latinoamericanos, con las que se hallan
indisolublemente ligadas su suerte y su política, y sin las cuales
los días de su
predominio imperialista en el hemisferio occidental están
contados. Los
déspotas sanguinarios bajo cuya oprimente dominación sufren los
millones de
obreros y campesinos de América Latina, los Vargas y los Batista,
no son, en
esencia, más que las herramientas políticas de los democráticos
Estados
Unidos imperialistas. En países como Puerto Rico, el imperialismo
yanqui, a
través de su gobernador Winship, directa y rudamente procesa y
suprime el
movimiento nacionalista. La administración Roosevelt a pesar de
todas sus
almibaradas pretensiones, no ha alterado realmente la tradición
imperialista de
sus predecesores. Ha reiterado enfáticamente la maligna Doctrina
Monroe; ha
confirmado sus demandas monopolísticas sobre América Latina en las
Conferencias de Buenos Aires19; ha santificado con su aprobación a
los
execrables regímenes de Vargas y Batista; su exigencia de una mayor
escuadra para patrullar no sólo el Pacífico, sino también el
Atlántico, es una
prueba de su determinación de esgrimir la fuerza armada de los
Estados
Unidos en defensa de su poder imperialista en la parte sur del
hemisferio”.
Bajo Roosevelt, la política del puño de hierro en América Latina
se cubre con el
guante de terciopelo de las pretensiones demagógicas de amistad y
“democracia”. La política del “buen vecino” no es más que la
tentativa de
unificar al continente americano como un sólido bloque bajo la
hegemonía de
Washington, El aislacionismo propugnado por Roosevelt implica que
a
Latinoamérica no puede entrar otro poder imperialista que el de
los Estados
Unidos. Como corresponde a un patio trasero. Esta política se
complementa
materialmente por medio de los tratados de comercio favorables que
Estados
Unidos se empeña en celebrar con los países latinoamericanos en la
esperanza de desalojar sistemáticamente del mercado a sus rivales.
El papel
decisivo que juega el comercio exterior en la vida económica de
los Estados
Unidos impele a este último hacia esfuerzos aún más decididos para
excluir a
todos los competidores del mercado latinoamericano, por medio de
una
combinación de producción barata, diplomacia, artimañas y cuando
es
necesario, de la fuerza.
Es entonces la fuerza la última opción a aplicar por el gobierno
demócrata. Que
trata de evitar en lo medida de lo posible, aún enfrentándose “a
los sectores
ultra que siguen siendo intervencionistas a todo trance.”20 Será
este Nuevo
DE
LA LEY DEL GARROTE A LA BUENA VECINDAD
CAMBIOS
Y PERSISTENCIAS EN LOS MODOS DE INTERVENCION
IMPERIALISTA
DE LOS ESTADOS UNIDOS EN LATINOAMERICA EN
EL
PERIODO DE ENTREGUERRAS.
“HE´S
A SON OF A BITCH... BUT HE’S OUR SON OF A BITCH"
F.
D. Roosevelt
Por
Fernando Cesaretti y Florencia Pagni
Los años 20: transiciones, cambios y
persistencias.
“-Los pueblos son sagrados para los pueblos”, le expresa
en 1928 con su
krausista y arcaico estilo, el presidente argentino
Hipólito Yrigoyen a su colega,
al presidente electo de los Estados Unidos, Herbert
Hoover, que ha llegado a
Buenos Aires como último destino de una gira de buena
voluntad emprendida
por varios países latinoamericanos. Hoover, un
republicano que ha ganado una
reputación de humanista por su ayuda al pueblo belga en
la Gran Guerra1, va a
asumir la presidencia de su país en Marzo de 1929. Su
presencia por estos
andurriales del mundo marca una tendencia que se viene
manifestando a lo
largo del último decenio en las administraciones también
republicanas de
Harding y Coolidge2, esto es un modo de tratar con el
continente que no pasa
ya por el mero rol del gendarme protector y represor,
según el modelo de
Teddy Roosevelt que se continúa hasta W. Wilson. Ese
modelo que se
manifiesta normado en el llamado "Corolario
Roosevelt" o en la Enmienda Platt.
Que hizo por ejemplo, que "(Estados Unidos había)
maquinado una revolución
contra Colombia y había creado el estado
"independiente" de Panamá para
construir y controlar el Canal. En 1926 mandó cinco mil marines
a Nicaragua
para parar una revolución y mantener tropas allí durante
siete años. En 1916,
intervino en la República Dominica, por cuarta vez, y
estacionó tropas allí
durante ocho años. En 1915, intervino por segunda vez en
Haití, donde
mantuvo a sus tropas durante diecinueve años. Entre 1900
y 1933, Estados
Unidos intervino cuatro veces en Cuba, dos en Nicaragua,
seis en Panamá,
una en Guatemala y siete en Honduras. En 1924 estaba
dirigiendo de alguna
forma las finanzas de la mitad de los veinte estados
latinoamericanos".3
Es cierto que para Washington, Latinoamérica no es
uniforme ni sus intereses
se expresan ubicuamente del Río Grande al Cabo de Hornos.
El área caribe y
centroamericana continúa siendo su indiscutido “mare
nostrum”. En esta zona
la política yanqui se muestra lisa y llanamente arrogante
y dominadora. Aparte
de las recurrentes ocupaciones ya enumeradas, hay una
tangibilidad de la
presencia
imperial en determinados enclaves territoriales. Así en Cuba,
Guantánamo4
es un recordatorio permanente de la tutela de Washington sobre
La
Habana, y que su formal soberanía se debe a "(que) Inglaterra no puede
permitir
que Cuba quede en manos de Estados Unidos, y por eso Cuba no será
una
segunda Puerto Rico, sino que retaceada, accederá a la independencia,
una
independencia tutelada por la Enmienda Platt, pero que muestra no la
relación
de fuerzas en el nivel de Cuba, sino en el nivel internacional".5
El
área alrededor del canal bioceánico es otro enclave colonial. La República
de
Panamá es en sí un invento estadounidense.6 Antigua provincia colombiana
segregada
al solo efecto de los intereses de la compañía del canal, la
construcción
de este conllevó la inmigración de negros de las Antillas
Británicas,
que en apariencia eran inmunes a los gérmenes mortales que
infestaban
la insalubre ruta interoceánica. Esa mano de obra fue manejada por
capataces
que en la mayoría de los casos procedía del Profundo Sur,
supuestamente
con experiencia para manejar negros Se creó entonces una
clara
discriminación racial, que se manifestó en el sistema de Jim Crow7 y en
la
omnipresente línea Gold-Silver, división originada en el hecho de que los
técnicos
y capataces blancos recibían su salario en dólares convertibles al
patrón
oro (gold), mientras que los trabajadores natives eran pagados en
moneda
de plata (silver). La división "oro y plata" abarcaba todo lo
imaginable:
escuelas,
hospitales, hoteles, prostíbulos, etc.
Al
compartir fronteras terrestres con Estados Unidos, México hace a su
hinterland
inmediato y problemático Hasta tal punto estaba identificado el
régimen
de Porfirio Díaz (autor de la cínica frase:”…pobre México, tan lejos de
Dios
y tan cerca de los Estados Unidos”) con los capitales estadounidenses,
que
todos los gobiernos que se sucedieron en los turbulentos años posteriores
a su
caída, tuvieron en mayor o menor medida, una impronta discursiva
antiyanqui.
Ese sentimiento trascendió la retórica y se exteriorizó en hechos,
que
llegaron a su culminación en 1915/16, en que una guerra formal estuvo a
punto
de declararse entre los dos países. Su inmediato "patio trasero"
adquiere
entonces
para Washington, una importancia geopolítica excepcional. La
revolución
pone en peligro los intereses económicos estadounidenses en
México,
y la defensa de los mismos implicará la intervención, ora solapada, ora
directa.
México, por su propio peso específico, se torna en un caso muy
particular,
que incluso jugará un papel en el proceso que desemboca en el
ingreso
de Estados Unidos en la Gran Guerra.8 Pero en zonas más alejadas la
4
influencia
yanqui no es exclusiva, y en algunas áreas como el Cono Sur,
francamente
minoritaria frente a la presencia británica.
Pero
aún así, los países de esta zona (Argentina, Uruguay, Chile), durante las
décadas
de 1910 y 1920 ven un avance cualitativo y cuantitativo espectacular
de
la presencia estadounidense, desde lo macro hasta lo cotidiano. Palmolive,
Ducilo,
RCA Víctor, o las grandes marcas de automóviles se transforman en
parte
del paisaje y la vida común de estas naciones. El Cono Sur recibe a lo
largo
de los años veinte del Siglo una sustancial corriente de capitales yanquis.
Sus
pueblos adoptan costumbres bajo la impronta de típicos productos de
masas
estadounidenses, tales como la radio y el cine. El cine especialmente,
que
vende de modo abrumador en la penumbra silenciosa de las salas de
exhibición,
lo que no tardará en ser conocido como el “estilo de vida
americano”,
con sus héroes9 y heroínas, sus modos y sus modas.
Paralelamente,
las izquierdas latinoamericanas, denuncian el imperialismo
norteamericano.
Figuras tales como Mariátegui o Haya de la Torre, se
convierten
en referentes de esas corrientes intelectuales. Aunque la
“construcción
de un enemigo común”, para una Latinoamérica que no sufre de
igual
manera los manejos del Tío Sam, da lugar a distorsiones como las que
señaló
con lucidez, Arturo Jauretche: “- Fui antiimperialista al estilo de la época
y le
comía los hígados al águila norteamericana que andaba volando por el
Caribe.
Los maestros de la juventud nos tenían buscando el plato volador en el
cielo,
mientras el león británico comía a dos carrillos sobre la tierra nuestra...”10
Es
en este marco de prosperidad general y de transición en las relaciones con
Latinoamérica,
en el que Hoover accede a la Casa Blanca. El paradigma liberal
que
representa, comienza a temblar el viernes 29 de Octubre de 1929, con la
caída
de la bolsa neoyorquina. El mercado de valores, carcomido por los
créditos
en forma de préstamos concedidos a los corredores, sucumbió bajo su
propio
peso, exigiendo cuentas de los millones de pequeñas transacciones
llevadas
a cabo por los viajantes de comercio, que vendieron todo lo vendible a
gente
que carecía de dinero suficiente para pagar lo que compraba. Se desató
el
pánico y el país no supo componérselas para frenarlo. La última crisis
económica
de amplio porte se había producido en 1893; pero desde esa fecha,
los
Estados Unidos habían experimentado un grado tal de industrialización que
era
impensable un retorno general a los modos de vida agrícola.
El
presidente no está preparado para enfrentar el vendaval que sobreviene.
Una
de sus primeras medidas como presidente, fue la de persuadir al Comité
de
la Reserva Federal para que restringiera los créditos, con la esperanza de
atenuar
el golpe. Sin embargo, cuando este llegó, Hoover quedó prisionero de
su
propia formación. “Tenía al patrón oro por algo sagrado, cuando a la sazón
más
de dieciocho naciones, con Gran Bretaña a la cabeza, lo habían
abandonado”.11
En ese esquema mental la fe era un fin en sí mismo y la “falta
de
confianza en los negocios” un pecado de extrema gravedad. No era una
conceptualización
de carácter meramente moral. La primera reacción de
Hoover
ante la recesión general que se produjo tras la caída del mercado de
valores
fue tratarla como un fenómeno psicológico. Adoptó el término
depresión,
porque parecía menos inquietante que los de pánico o crisis.
Periódica
y recurrentemente desde 1929 a 1932, vaticinaba un rápido retorno
de
la economía a los cauces de la normalidad. Un discurso que se había
transformado
en hueco y trágico a la vez. En la campaña presidencial de 1928
había
obtenido la victoria en cuarenta de los cuarenta y ocho estados de la
Unión.
Cuatro años después, buscando su reelección “se calzó los botines, se
abotonó
el cuello de celuloide y se dispuso a tomar contacto con el pueblo.
Tuvo
suerte de regresar con vida”.12 Las multitudes que se reunían al paso del
tren
del presidente, portaban carteles que decían:”Cuelguen a Hoover”, “Abajo
Hoover,
asesino de veteranos” o “Miles de millones para los banqueros, balas
para
los veteranos”. Obvias referencias a la represión que sufrieron los
veteranos
de la Gran Guerra que en el verano de 1932 acudieron a Washington
en
reclamo de que se les abonaran las bonificaciones que oportunamente les
había
otorgado la Ley sobre Liquidación de Compensaciones. Estas demandas
de
los ex soldados fueron contestadas a balazos. Los responsables del
operativo
punitivo fueron dos generales de futuro renombre: MacArthur y
Eisenhower.
Silbatinas, abucheos e insultos fueron el telón de fondo de su
periplo
proselitista. Y preanunciaron el resultado de las elecciones.
Los
años 30: nuevos modos de enmascarar el intervencionismo.
En
agosto de 1932 un periodista preguntó al reconocido economista británico
John
Maynard Keynes si conocía algún precedente similar a la depresión. “Si,
-contestó
-, se llamó la Epoca del Oscurantismo, y duró cuatrocientos años”. El
estadounidense
medio no podía asumir cabalmente el fenómeno. Muchos
culpaban
a Hoover. Otros confundían la depresión con el hecho factual del
crack
de la bolsa neoyorkina en 1929.13 Lo cierto era que a principio de los
treinta,
había concluido la prosperidad de la Nueva Era.
En
Marzo de 1933, Estados Unidos estaba virtualmente paralizado. En la
mañana
del día 3, la radio llevó a toda la atribulada geografía social del país, el
discurso
de toma de posesión del nuevo presidente: “Pediré al Congreso el
único
instrumento que resta para hacer frente a la crisis: amplias facultades
para
luchar contra la necesidad y poderes tan grandes como los que me serían
concedidos
si fuéramos invadidos por un enemigo extranjero”. En opinión de
Walt
Whitman, el nuevo presidente había hecho una entrada formidable. En
verdad
la voz de Franklin Delano Roosevelt llegó a los talleres donde se
explotaba
al obrero, a las ranchadas de vagabundos desempleados, a los
millones
de parados que en ese gélido invierno temblaban ante las puertas de
las
fábricas.
El
género discursivo pareció corresponderse en medidas concretas. A partir del
9 de
Marzo, se desarrolló el shock político conocido como Huracán de los Cien
Días
en
el marco de un programa de medidas económicas implementadas para
intentar
reducir el desempleo y restablecer la prosperidad mediante una serie
de
nuevos servicios, regulaciones y subsidios. Diseñado con la ayuda del
denominado Brain Trust (gabinete de expertos que asesoró al
presidente
especialmente en materia económica), el conjunto de reformas,
junto al modo
de llevarlas a cabo constituyó la piedra angular de la
administración demócrata.
Fue el llamado Nuevo Trato, o popularizado el anglicismo: New
Deal
Es indudable que todas estas medidas apuntaban a reestructurar y
fortalecer el
frente interno, que al calor de la depresión se había tornado
peligroso para el
capital. De allí el acento en restablecer el sistema financiero y
combatir el
desempleo. El Estado ya no juega un rol prescindente sino que
arbitra tratando
de encauzar y morigerar la potencialidad del conflicto social. “El
Nuevo Trato
tomó un país quebrado, desesperanzado, y le dio nueva confianza en
sí mismo
(...) Todas las soluciones fueron incompletas. Más, para el caso,
todos los
grandes problemas son insolubles.”14
Uno de esos grandes problemas, a los que debía enfrentar el nuevo
presidente
era el de las relaciones con el mundo. En esos días, en el cenit de
su prestigio
Benito Mussolini había declarado:” -puedo resumir en dos palabras
lo que es
Estados Unidos: ¡La prohibición y Lindbergh¡” En el interesado
análisis
simplista del dictador italiano Norteamérica era un país de
gángsteres y de
raptores. Cuando se le pregunto que opinaba de la política
exterior
estadounidense, el Duce replicó: “- Norteamérica no tiene política
(exterior)”. En
esta ocasión Mussolini se acercó dolorosamente a la verdad. En el
primer
discurso oficial de Roosevelt, el día de la toma de posesión, no
hizo mención
de los asuntos externos. Por lo demás, el presidente se abstuvo de
abogar
oficialmente por el ingreso de los Estados Unidos en la Sociedad
de las
Naciones. Prima en este creciente aislacionismo una doble razón:
por un lado
debe encarar problemas internos, lo que hace que pasen a tener
prioridad las
cuestiones de política nacional. Por el otro, trata de desligarse
de los
compromisos militares en el nivel internacional. Pero ese
aislacionismo se
articula en relación al mundo exterior. América Latina no es parte
de ese
afuera. Por el contrario. Es una pertenencia interna de
Washington, con un
barniz formal de soberanía, que se diluye en proporción directa a
la mayor
cercanía de cada uno de los países a la metrópolis del Potomac.
El ramalazo de la crisis ha pegado fuerte en Latinoamérica. En
1930, siete
gobiernos de la región han sido derrocados por golpes militares.15
Washington
busca descomprimir y neutralizar potenciales conflictos. Hay
entonces un
cambio de política que ya no pasa por la intervención directa.
“Así en 1934
retira las tropas de Haití; también se deroga la Enmienda Platt,
excepto en lo
relativo al mantenimiento de las bases (Guantánamo). En 1936
acepta revisar
el tratado con Panamá, acordando no intervenir en los asuntos de
ese país.
Otro hecho sintomático se produce cuando Cárdenas en México
nacionaliza el
petróleo. El gobierno de Estados Unidos no interviene
militarmente. Se mueve
a nivel diplomático, actúan los grupos de presión, pero no hay
intervención
militar.”16 Una característica que distingue a esos años es el
reemplazo de la
acción directa llevada a cabo por los marines, por el
sostenimiento del déspota
nativo funcional a los intereses yanquis. No es casual que a
principios de los 30
acceden al poder, personajes tales como el nicaragüense Anastasio
Somoza
que usurpa el gobierno de su país sobre el cadáver de Augusto
Sandino,
asesinado por su orden y con la directa intervención de la
Embajada
Estadounidense en Managua, o el “Benefactor” dominicano Rafael
Trujillo. De
allí que este o aquel, o cualquier personaje de igual laya puede
ser
referenciado como el destinatario de la frase que en inglés da
cabeza a este
trabajo, y que aunque probablemente apócrifa, expresa la opinión
de Roosevelt
sobre el particular.17
Esta política de maneras públicas pulcras y manejos oscuros, es
analizada
correctamente hacia 1938 desde una visión de izquierda18, que
-adjetivaciones
coyunturales aparte-, denuncia que “con objeto de obtener la
puerta cerrada en
América Latina esto es, cerrada para los rivales y abierta sólo
para los Estados
Unidos el democrático imperialismo yanqui ha sido
apuntalado en los países
latinoamericanos por las más autocráticas dictaduras militares
criollas, las que
han servido para sostener la estructura imperialista y garantizar
una
ininterrumpida corriente de superutilidades al Coloso del Norte.
El carácter real
del democrático capitalismo yanqui se revela mejor que nada
por las dictaduras
tiránicas en los países latinoamericanos, con las que se hallan
indisolublemente ligadas su suerte y su política, y sin las cuales
los días de su
predominio imperialista en el hemisferio occidental están
contados. Los
déspotas sanguinarios bajo cuya oprimente dominación sufren los
millones de
obreros y campesinos de América Latina, los Vargas y los Batista,
no son, en
esencia, más que las herramientas políticas de los democráticos
Estados
Unidos imperialistas. En países como Puerto Rico, el imperialismo
yanqui, a
través de su gobernador Winship, directa y rudamente procesa y
suprime el
movimiento nacionalista. La administración Roosevelt a pesar de
todas sus
almibaradas pretensiones, no ha alterado realmente la tradición
imperialista de
sus predecesores. Ha reiterado enfáticamente la maligna Doctrina
Monroe; ha
confirmado sus demandas monopolísticas sobre América Latina en las
Conferencias de Buenos Aires19; ha santificado con su aprobación a
los
execrables regímenes de Vargas y Batista; su exigencia de una mayor
escuadra para patrullar no sólo el Pacífico, sino también el
Atlántico, es una
prueba de su determinación de esgrimir la fuerza armada de los
Estados
Unidos en defensa de su poder imperialista en la parte sur del
hemisferio”.
Bajo Roosevelt, la política del puño de hierro en América Latina
se cubre con el
guante de terciopelo de las pretensiones demagógicas de amistad y
“democracia”. La política del “buen vecino” no es más que la
tentativa de
unificar al continente americano como un sólido bloque bajo la
hegemonía de
Washington, El aislacionismo propugnado por Roosevelt implica que
a
Latinoamérica no puede entrar otro poder imperialista que el de
los Estados
Unidos. Como corresponde a un patio trasero. Esta política se
complementa
materialmente por medio de los tratados de comercio favorables que
Estados
Unidos se empeña en celebrar con los países latinoamericanos en la
esperanza de desalojar sistemáticamente del mercado a sus rivales.
El papel
decisivo que juega el comercio exterior en la vida económica de
los Estados
Unidos impele a este último hacia esfuerzos aún más decididos para
excluir a
todos los competidores del mercado latinoamericano, por medio de
una
combinación de producción barata, diplomacia, artimañas y cuando
es
necesario, de la fuerza.
Es entonces la fuerza la última opción a aplicar por el gobierno
demócrata. Que
trata de evitar en lo medida de lo posible, aún enfrentándose “a
los sectores
ultra que siguen siendo intervencionistas a todo trance.”20 Será
este Nuevo
Trato, este enmascaramiento y
sofisticación en las formas de penetración
imperial, el que hará posible la construcción de una imagen
pública de Franklin
Delano Roosevelt en las antípodas de su homónimo Teddy. Así cuando
lleguen
los cruciales años 40, el presidente yanqui podrá presentarse como
el Adalid
de la Democracia, encabezando toda una cofradía de dictadores
sumamente
funcionales a los intereses estadounidenses, y que no se
ruborizarán en
sumarse a la causa de la libertad y convertirse de puertas afuera
en
campeones de la misma. El caso de Rafael Leónidas Trujillo,
declarando la
Guerra al Eje “casi antes” que el Congreso de Estados Unidos, o
recibiendo
refugiados republicanos españoles en Santo Domingo para
perseguirlos y
reprimirlos después, es paradigmático de esta situación de
confusión entre
género discursivo dominante e intereses y acciones reales.
Washington podía
estar complacido. Un hijo de #### local era más económico y seguro
que un
batallón de marines. Por lo menos, hasta que la Guerra Fría
y un grupo de
cubanos en la Sierra Maestra comiencen a cambiar la historia. Pero
esa ya es
otra historia.
Fernando Cesaretti y Florencia Pagni
Escuela de Historia. Universidad Nacional de Rosario
grupo_efefe@yahoo.com.ar
imperial, el que hará posible la construcción de una imagen
pública de Franklin
Delano Roosevelt en las antípodas de su homónimo Teddy. Así cuando
lleguen
los cruciales años 40, el presidente yanqui podrá presentarse como
el Adalid
de la Democracia, encabezando toda una cofradía de dictadores
sumamente
funcionales a los intereses estadounidenses, y que no se
ruborizarán en
sumarse a la causa de la libertad y convertirse de puertas afuera
en
campeones de la misma. El caso de Rafael Leónidas Trujillo,
declarando la
Guerra al Eje “casi antes” que el Congreso de Estados Unidos, o
recibiendo
refugiados republicanos españoles en Santo Domingo para
perseguirlos y
reprimirlos después, es paradigmático de esta situación de
confusión entre
género discursivo dominante e intereses y acciones reales.
Washington podía
estar complacido. Un hijo de #### local era más económico y seguro
que un
batallón de marines. Por lo menos, hasta que la Guerra Fría
y un grupo de
cubanos en la Sierra Maestra comiencen a cambiar la historia. Pero
esa ya es
otra historia.
Fernando Cesaretti y Florencia Pagni
Escuela de Historia. Universidad Nacional de Rosario
grupo_efefe@yahoo.com.
Maholy Rengifo
Maholy Rengifo
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